José Evaristo Uriburu estaba en su último año como primer mandatario de la Nación. El 27 de marzo de 1898 se realizaron las elecciones presidenciales que ganó Julio Argentino Roca, quien asumió el 12 de octubre de ese año. En Mercedes era intendente José Prando, quien ejerció ese cargo entre el 1 de enero de 1897 y el 31 de diciembre de 1898.
En aquél momento y hasta la instauración de la Ley Sáenz Peña, las elecciones se celebraban en los atrios de las Iglesias.
En aquél momento y hasta la instauración de la Ley Sáenz Peña, las elecciones se celebraban en los atrios de las Iglesias.
Ese 27 de marzo de 1898 los problemas empezaron bien temprano, a las 8 de la mañana. El presidente designado oficialmente era Don Damián Mones Ruiz, pero los partidos opositores se aliaron y nombraron para ese cargo a Don Isidoro “El oriental” López. Luego de desatado el inconveniente y las discusiones y las peleas de turno, cerca de las 11 de la mañana y previa consulta con la Jefatura de Policía, el comisario Coronel decidió, previo desalojo del lugar, designar a Mones Ruiz como jefe del comicio. Entonces, en ese momento, el opositor Don José C. Acosta (tres veces designado Intendente entre el 1 de enero de 1890 y el 31 de diciembre de 1892) subió a una silla y gritó: “¡Vivan los partidos unidos y populares!”
Luego de ese grito, el mitrista Dolores Flores empujó la mesa junto a la que estaba sentado y desde allí disparó sobre Acosta, hiriéndolo de muerte en el occipital. Enseguida se produjo el tiroteo. Cuando terminaron las descargas sobre el piso del atrio, el saldo era lamentable: Acosta estaba grave, el joven Hilario Otamendi, moribundo, producto de un trabucazo disparado por el peón municipal Rosa Carrizo y el joven José Coglan estaba muerto. Su cuerpo, herido por una bala de Remighton, había quedado doblado sobra la puerta que separaba la Iglesia de la casa-habitación del párroco.
Otamendi fue llevado en una camilla improvisada tres cuadras hasta un negocio ubicado en la esquina de 18 y 29. Allí llegó el doctor Justino Ojea, que lo revisó, pero no pudo salvar su vida.
Terminada la balacera y calmados un poco los ánimos, se realizó por la tarde el acto eleccionario en el Cabildo, pero esas elecciones fueron anuladas por el Gobierno, puesto que los partidos opositores se negaron a concurrir.
El informe realizado por los inspectores oculares arrojó como dato que había en el Atrio más de sesenta impactos. La causa fue fallada el 11 de noviembre de 1900 por el Doctor Rafael López Saubidet, con la actuación como secretario, del escribano Tomás Jofré, luego afamado penalista. Se absolvió a Flores, Carrizo y Coronel, entre otros. Se condenó a Cecilio Maldonado a dos años de prisión y, por abuso de armas y lesiones a dos años a los vigilantes Castro, Romero y Navarro junto a ocho guardianes más, que recuperaron pronto la libertad.
Así terminó esta historia, con tres muertos, numerosos heridos y muy pocos condenados.
Luego de ese grito, el mitrista Dolores Flores empujó la mesa junto a la que estaba sentado y desde allí disparó sobre Acosta, hiriéndolo de muerte en el occipital. Enseguida se produjo el tiroteo. Cuando terminaron las descargas sobre el piso del atrio, el saldo era lamentable: Acosta estaba grave, el joven Hilario Otamendi, moribundo, producto de un trabucazo disparado por el peón municipal Rosa Carrizo y el joven José Coglan estaba muerto. Su cuerpo, herido por una bala de Remighton, había quedado doblado sobra la puerta que separaba la Iglesia de la casa-habitación del párroco.
Otamendi fue llevado en una camilla improvisada tres cuadras hasta un negocio ubicado en la esquina de 18 y 29. Allí llegó el doctor Justino Ojea, que lo revisó, pero no pudo salvar su vida.
Terminada la balacera y calmados un poco los ánimos, se realizó por la tarde el acto eleccionario en el Cabildo, pero esas elecciones fueron anuladas por el Gobierno, puesto que los partidos opositores se negaron a concurrir.
El informe realizado por los inspectores oculares arrojó como dato que había en el Atrio más de sesenta impactos. La causa fue fallada el 11 de noviembre de 1900 por el Doctor Rafael López Saubidet, con la actuación como secretario, del escribano Tomás Jofré, luego afamado penalista. Se absolvió a Flores, Carrizo y Coronel, entre otros. Se condenó a Cecilio Maldonado a dos años de prisión y, por abuso de armas y lesiones a dos años a los vigilantes Castro, Romero y Navarro junto a ocho guardianes más, que recuperaron pronto la libertad.
Así terminó esta historia, con tres muertos, numerosos heridos y muy pocos condenados.
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